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miércoles, 4 de marzo de 2015

the are more and more and more things

Sergio toma una taza de té con leche. Todavía flotan, danzantes, en círculos, los pedacitos de hojas verdes y negras en la superficie.
El té tiene el color del río- piensa.  
No, no es verdad- se corrige. 
Frente a él, y detrás de un galpón donde guarda la pileta de lona, la máquina de cortar pasto, y libros viejos, está la pálida Clara. Ella lo mira y toma el té, también. Pero de otro tipo. Uno con el sabor de alguna fruta: frutilla, mora, cereza. No lo sabe. Ella lo trae especialmente de su casa para tomar el té con él. 
Ella se ríe, y ninguno de los dos parece tener nada para decir. 
Ella se ríe de eso.
Un viento se empieza a levantar, moviendo las hojas del paraíso y volando el mantel, con todas las servilletas, que siguen el curso del viento. Parecen palomas sin huesos. Palomas de espuma.
El perro de Sergio comienza a ladrar y le responden, a lo lejos, otros perros. 
-¿Qué se dirán?- pregunta Clara.
Sergio encoje los hombros para decir "que se yo", queriendo decir "que se yo". Sigue mirando a Rufo -ese es el nombre del perro- corretear por el pequeño patio formando un imaginario triángulo isósceles. 
El viento se hace más fuerte. Las vainillas y las masas secan se vuelan -¿cuán poco pesan?- cayéndose al pasto, que empieza a ser mojado por una lluvia finísima que también le moja los hombros desnudos de Clara. 
-No las vamos a juntar- dice Sergio. Adentro hay más.
-Sí, no hay problema. Igual no tengo hambre. Comí mucho en lo de...
Acá, en este punto del relato, la mente de Sergio también se vuela como las galletitas y poco escucha lo que mucho dice Clara. En cambio, se pone a pensar en un video que había visto hacía unos minutos en youtube. Uno de la guerra de Irák, Irán, Siria o Palestina. Es un desierto. Un hombre de naranja se arrodillaba en la arena. Estaba rapado -seguramente no por voluntad propia. A su izquierda, un hombre vestido de militar, encapuchado, y con la voz alterada, dice algunas palabras que Sergio no entiende en un idioma que no entiende -la parte del discurso la adelantó, en parte porque no entendía, y en parte porque no le importaba. De pronto, las palabras cesan y el hombre de pie le corta al hombre arrodillado el cuelo con una especie de serrucho. El contraste entre el discurso, lleno de palabras y solemnidad, y el acto de asesinato era notable. ¿Qué decir, después de todo, antes de matar a alguien?
Cuando volvió de sus pensamientos, Clara jugaba con Rufo. Acostado, el perro le mordía suavemente, amigablemente, la mano que ella hacía reposar sobre su hocico. Le dio terror pensar que solo un fallo en la anónima, simple e incognoscible maquinaria de la bestia podía dejar a su novia sin una de sus delicadas y blancas y suaves manos. 


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