Vistas de página en total

lunes, 15 de septiembre de 2014

DIARIO DE UN ANTROPÓLOGO


Zutterchland se encuentra ubicada sobre el océano pacífico, a escasos novecientos veinte kilómetros del Japón. Los autores que leí difieren en razones que expliciten el por qué éstas dos islas, estando tan cerca geográficamente, mantienen una distancia cultural tan vasta. Las opiniones más acertadas, creo yo, son aquellas que argumentan que los habitantes de Zutterchland jamás tomaron como ruta de navegación aquella que se dirige a la isla vecina sino que, por el contrario, se vieron obligados –por el azar, o por alguna dificultad en las aguas- a navegar hacia el sur, afianzando un contacto comercial con Australia y estableciendo, con ellos, una relación monopólica de importaciones y exportaciones.
Esas navegaciones están registran en varias de las crónicas escritas por el capitán Sljavock, que hasta hace poco tiempo eran consideradas por los "eruditos" de las Letras como crónicas exclusivamente literarias. No los culpo; las pretensiones surrealistas con las que fueron escritas confundirían a cualquier crítico (se sabe ahora que el capitán Sljavock, además de capitán, escribía en una revista dedicada a la literatura). En ellas se mencionan, por ejemplo, moluscos gigantes y devastadores, de colores naranjas y amarillos, y una ballena que emite sonidos que causa efectos soporíferos en los tripulantes de cualquier barco de cualquier nación, y que se refugia en las ondas y azules aguas de Oceanía. 
Ni en mapas, ni en globos terráqueos, ni en las más precisas cartografías se registró a Zutterchland, hasta mediar, por lo menos, el siglo XIX, cuando Aurelio Caraviaggiani, navegador y conquistador italiano, las “descubrió”. En verdad, lejos estuvo de descubrir algo, porque la isla ya estaba descubierta por sus habitantes y por sus opresores económicos (un reducido círculo político-burgués de australianos). 
La isla vive esencialmente gracias a la producción de azúcares y de alcoholes, pero miente -por vileza o desconocimiento- quien dice que su industria no es vasta y desarrollada. Han emprendido, desde los últimos treinta años, un proceso de industrialización rápido y eficaz. El principal responsable de esto es el Coronel Karabiajand, quién ha estado en el poder desde los principios de la década del ´30. 
Ya viejo, tuve oportunidad de conocerlo. Sus rasgos físicos no difieren de los de su etnia: altísimo, de tez morena y pelo blanco, con los ojos esféricos y claros. En cuanto a su personalidad, sí contrasta con la del resto de sus compatriotas: posee el vicio del análisis intelectual y filosófico, era asiduo de lecturas y propenso a la precaución. Su pueblo, en cambio, por lo que pude ver, es un pueblo más bien arraigado en tradiciones, las cuales utilizan como sistema de pensamiento y de valores. Esta acción los exime del arduo trabajo de la reflexión. Su criterio es nulo, y está constituido por un pequeño, pero complejo, número de prejuicios. 
La mujer de Zutterchland es un género oprimido. En esto no difieren tanto del resto de las sociedades –tanto orientales como occidentales. Se casan bajo un régimen de cercanía –es decir, el hombre soltero más cercano es propietario de la mujer soltera más cercana- y la ceremonia se realiza en el cumpleaños duodécimo de la muchacha (la edad del hombre es variable y comprende el espectro que va desde los dieciséis hasta los cincuenta y siete años). Luego, cuando la niña ingresa en la vida matrimonial, es donde se produce la ruptura sociológica con el resto de las culturas civilizadas que conocemos. Ellas son quienes trabajan la tierra y en las fábricas. El hombre se encarga del cuidado de los niños, de la casa y se ejercitan en el arte de la orfebrería. Parecen ir en contra de los preceptos de la naturaleza y del sentido común que indica que la mujer, por ser el sexo débil físicamente, debe resguardarse en su hogar.
Tuve la oportunidad de entrevistar a Casidriha, una mujer que no superaba los veinte años y que ya tenía la piel cortada y reseca por el calor y el trabajo.