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viernes, 27 de junio de 2014

Esbozo de un pequeño aroma a recuerdo

Te cuelga del pelo, el recuerdo de una tarde a la que me apresuré con adjudicarle el olvido. Tenes en la piel los fantasmas de un patio y de un verano que pertenecieron a otro. (A quién no escribe). Tenes, sin saber por qué, quizás hasta no teniendo, los colores del crepúsculo, el dolor de los cardos en las plantas de los pies. Te cuelga del cuello, un verano de antes de esos en que nadie hablaba de política, ni de religión, ni de letras. Te arranca la sonrisa y tal vez sea la hora, el color de una pared lejana y pobre de un barrio de Areco. Ya se, por vos, noche, que el recuerdo no es un relato de la memoria sino que es un compendio de fantasmagóricas imágenes colándose por nuestros poros por todos nuestros orificios mientras yacemos al calor de una cama.

Oda a la cotidianidad

¿De qué colores veremos
los conventillos en el cielo?
No sería el paraíso sin el ruido
de eclécticos peatones 
masticando un choripan. 
O sin el dulce olor del vino
tinto que viaja 
en los colectivos vespertinos.
Mañana el sol seguro
-seguro como un pibe que
se juega la vida
por un televisor,
y algo más-
bañará todas las esquinas
de todas las pancitas amargas.
¿Y qué podemos hacer?
Nada.
Ni escribir, ni rezar.
Ni cantar con las hinchadas
los cantitos de insultos
habituales en partidos
que ya no nos distraen.
Que angostos resultan ser
los pasillos que llevan a la muerte
o al miedo.

Calle, hora, barrio,

Salgo a la calle y un tipo
golpea la puerta de mi atención
"¿Una moneda, amigo?" pregunta
con una mecanización hija
de haberlo preguntando ya tantas veces
que da lo mismo que sea yo
al que ahora se lo pregunta. 
Creo que lo conozco, lo vi antes.
Tienen los rasgos del hambre
del rencor y del frío.
(Y una bufanda le abraza la nuez,
del Adán padre).
No le sirve el cielo, ya
Al pordiosero que pide comer
A gente que no conoce ni sabe
Que esa misma noche lo verán
En la vigilia del sueño
Con el rostro del Hombre.
El peso con cincuenta ya estaba
en su mano cuando me despedí
sabiéndolo tan propio como mi sangre.