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domingo, 29 de marzo de 2015

IMPROVISACIÓN

La pelotudez es un monumento, sí
pero no tengo nada para decir.
¿cuánto de la superficie terrestre no conocemos?
¿cuánto de la flora 
y fauna
espacial
ignoramos?
Nos ubicamos en ese punto, exacto,
en que la palabra se separa de la cosa.
¡Dios de las verdades, inmenso y obtuso!
Buscános: nosotros no podemos encontrarte.
Ciegos y sordos nacimos, como lombrices
de tierra 
-bichos mundanos para los que existir es:
simplemente,
una medida del espacio-
Y te culpamos. Creo. Te culpamos. 
Pero también te queremos encontrar.
¿En donde?
¿En qué lugar o tiempo?
En el ensayo de una muerte
en el escenario de un beso
en la cama.
(la enumeración sería confusa, y, sobre todo,
inexacta, porque 
por suerte
sabemos que el mundo se reduce a una sola cosa
a un solo espectro amarillo, verde o gris:
sólo que no sabemos, obviamente, cuál).

viernes, 27 de marzo de 2015

LO UNO, LO MISMO.

La Similitud no es siempre armoniosa, aunque sea un síntoma de la simetría de la creación (sabemos que el cielo es el espejo de la tierra, también sabemos la irritación que le causaban los artistas a Platón, pues querían imitar blasfemamente lo Ideal). 
En algunos casos, exepcionales pero no por eso merecedores del descrédito, la Similitud es una de las cualidades del Horror. Pensemos, por ejemplo, en los Doppelganger, aquella denominación que ya lleva algunos siglos vagando por las literaturas. Pensemos, también, en la indignación de un enamorado al descubrir que alguien más -un Otro- posee el nombre, la cara o las mañas del objeto de su amor.
El caso es que Marcelo no supo o no entendio esto hasta el día en que cruzó a su madre:
Por la vereda contraria, aquella en la que la sombra abrigaba el asfalto, caminaba vestida con una campera verde. Marcelo la saludó con efusividad  y luego recordó que su madre estaba, hace tiempo, muerta. Bajo la mano con verguenza. El espectro sonrió, sin ánimo de devolver el saludo.


viernes, 20 de marzo de 2015

CHETOS

No tienen en la piel
la lengua de los esclavos,
el óxido de las cadenas,
el hastío de los barcos y los campos.

No tienen en los ojos,
la verde y monolítica tristeza 
de la llanura
de la pampa, y la angustia
acriollada.

No tiene el calor,
del conventillo y de la villa
del hacinamiento apremiante
de las inmobiliarias y el mercado.

No sufren de Ares -el dios de la guerra-
ni de Dichin -que pronuncia el hambre-
su mitología es mucho más favorable,
personal, portátil
y anónima.

No tienen los caballos flacos,
las cenizas fieles
los abuelos que miden el tiempo
los niños que miden la miseria.

No cargan el sol en la espalda,
ni el frío en el sudor en los labios,
ni las rodillas gastadas,
ni las manos deformes. 

No tienen.
No.

Ellos:
Son finos, blancos, hermosos,
y atemporales,
ahistóricos,
como si siempre hubiesen vagado
por el lado dulce de la existencia.

lunes, 16 de marzo de 2015

ODA

Puedo nombrar
dos o tres cosas buenas:
hacer de ésto una oda
a las nimiedades inútiles
que constituyen el tiempo
-el nuestro y el de los otros,
los muertos de nuestra memoria
y de nuestro olvido-.

Puedo nombrar, por ejemplo:

el roce anónimo e involuntario,
de dos antebrazos tibios.

la textura áspera y la humedad
de las encuadernaciones
de los libros del siglo XIX.

el rocío que se inscribe
-con una diaria resingación-
en los labios del patio.

La similitud de los perros
-comunistas del reino animal,
como las hormigas-

el silencio íntimo del andar de los gatos

la luz de las pantallas sobre las paredes
de la medianoche

la madera nórdica,
tallada en el Valhalla

los grabados medievales,
que enriquecían el trivium

la prosa inglesa,
y las disertaciones castellanas,
de dos disimiles sujetos
que caben en un libro.
Pero esta enumeración
-arbitraria, enojosa-
jamás será el mundo.

lunes, 9 de marzo de 2015

...y libranos del mal

Sergio conversa con El Patrón.
-¿No viste la moto nueva?- pregunta.
-No- responde Sergio, sin el mínimo deseo de entablar una conversación ni la mínima hipocresía de demostrar interés, aunque sea por beneficio propio laboral/salarial.
-Bueno, está acá afuera. Vení, que te la enseño...
Sergio lava dos o tres cucharas más. Quedan apenas plateadas. Apenas limpias. Pero no le importa. Sale.
Afuera, una Yamaha 150 cc reluce roja y negra. Reluce solo en algunas partes, en otras le da la sombra del jacarandá de la vereda.
-¿yyyyyy? ¿qué tul? -pregunta El Patrón.
-Se, buenísima. Me encanta
-¿Sabés cuanto salió?
-No. ¿Cuánto?
-Nada: 10 gambas y media.
-...
-Nada. 
Sergio no sabe nada de motos pero lo intenta aparentar. Le da una vuelta, como se la daría un perro que estuviera por mearla. No le importaría meársela, piensa, pero únicamente cuando Él no esté ahí, mirándolo. 
-¿No tenes el auto vos?
-Sí, pero no es lo mismo. No es lo mismo. Estamos en octubre, Sergio. La moto en verano es una maravilla, la libertad (...)
El desvarío continuó por tres minutos más. Intrascriptibles. 
-Sí,sí, obvio. En invierno no se puede: la lluvia, la escarcha, el clima.
-¡Vos tenes que comprarte una, chabón!
-...
-Ya te la vas a comprar.
Él Patrón se revuelve el pelo con la mano izquierda y entra al local. Sergio siente la tentación de rayarle todos los plásticos a la moto. Todavía le queda, mojada y tibia, una cucharita de café en la mano.
 
 

miércoles, 4 de marzo de 2015

the are more and more and more things

Sergio toma una taza de té con leche. Todavía flotan, danzantes, en círculos, los pedacitos de hojas verdes y negras en la superficie.
El té tiene el color del río- piensa.  
No, no es verdad- se corrige. 
Frente a él, y detrás de un galpón donde guarda la pileta de lona, la máquina de cortar pasto, y libros viejos, está la pálida Clara. Ella lo mira y toma el té, también. Pero de otro tipo. Uno con el sabor de alguna fruta: frutilla, mora, cereza. No lo sabe. Ella lo trae especialmente de su casa para tomar el té con él. 
Ella se ríe, y ninguno de los dos parece tener nada para decir. 
Ella se ríe de eso.
Un viento se empieza a levantar, moviendo las hojas del paraíso y volando el mantel, con todas las servilletas, que siguen el curso del viento. Parecen palomas sin huesos. Palomas de espuma.
El perro de Sergio comienza a ladrar y le responden, a lo lejos, otros perros. 
-¿Qué se dirán?- pregunta Clara.
Sergio encoje los hombros para decir "que se yo", queriendo decir "que se yo". Sigue mirando a Rufo -ese es el nombre del perro- corretear por el pequeño patio formando un imaginario triángulo isósceles. 
El viento se hace más fuerte. Las vainillas y las masas secan se vuelan -¿cuán poco pesan?- cayéndose al pasto, que empieza a ser mojado por una lluvia finísima que también le moja los hombros desnudos de Clara. 
-No las vamos a juntar- dice Sergio. Adentro hay más.
-Sí, no hay problema. Igual no tengo hambre. Comí mucho en lo de...
Acá, en este punto del relato, la mente de Sergio también se vuela como las galletitas y poco escucha lo que mucho dice Clara. En cambio, se pone a pensar en un video que había visto hacía unos minutos en youtube. Uno de la guerra de Irák, Irán, Siria o Palestina. Es un desierto. Un hombre de naranja se arrodillaba en la arena. Estaba rapado -seguramente no por voluntad propia. A su izquierda, un hombre vestido de militar, encapuchado, y con la voz alterada, dice algunas palabras que Sergio no entiende en un idioma que no entiende -la parte del discurso la adelantó, en parte porque no entendía, y en parte porque no le importaba. De pronto, las palabras cesan y el hombre de pie le corta al hombre arrodillado el cuelo con una especie de serrucho. El contraste entre el discurso, lleno de palabras y solemnidad, y el acto de asesinato era notable. ¿Qué decir, después de todo, antes de matar a alguien?
Cuando volvió de sus pensamientos, Clara jugaba con Rufo. Acostado, el perro le mordía suavemente, amigablemente, la mano que ella hacía reposar sobre su hocico. Le dio terror pensar que solo un fallo en la anónima, simple e incognoscible maquinaria de la bestia podía dejar a su novia sin una de sus delicadas y blancas y suaves manos. 


lunes, 2 de marzo de 2015

Esperamos

Nosotros,
tan los de siempre,
tan cansados,
esperamos.

Esperamos que sus victorias permanezcan ocultas
o que al menos el azar se lleve
en los bolsillos tintos del olvido
el magro dios de ustedes.

Esperamos que desaparezcan para siempre,
que,
imberbes,
mueran en el seno de la gloria
que destruyan los altares con sus frentes,
que disputen con sus padres la deshonra.

Esperamos el calor de sus piernas mecidas
por el viento del orgullo y que la fiebre
de la historia
-la nocturna, la de ustedes-
los reduzca al oro que los llama.

Esperamos todos esto, y esperamos
que si en algún momento logran
vencer la muerte de la estepa,
de la flora,
nos avisen o callen
por una vez, y
para siempre.