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lunes, 16 de marzo de 2015

ODA

Puedo nombrar
dos o tres cosas buenas:
hacer de ésto una oda
a las nimiedades inútiles
que constituyen el tiempo
-el nuestro y el de los otros,
los muertos de nuestra memoria
y de nuestro olvido-.

Puedo nombrar, por ejemplo:

el roce anónimo e involuntario,
de dos antebrazos tibios.

la textura áspera y la humedad
de las encuadernaciones
de los libros del siglo XIX.

el rocío que se inscribe
-con una diaria resingación-
en los labios del patio.

La similitud de los perros
-comunistas del reino animal,
como las hormigas-

el silencio íntimo del andar de los gatos

la luz de las pantallas sobre las paredes
de la medianoche

la madera nórdica,
tallada en el Valhalla

los grabados medievales,
que enriquecían el trivium

la prosa inglesa,
y las disertaciones castellanas,
de dos disimiles sujetos
que caben en un libro.
Pero esta enumeración
-arbitraria, enojosa-
jamás será el mundo.

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