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lunes, 4 de enero de 2016

EL CINE DE VANGUARDIA (PARTE UNO)

El último proyecto de Gracián nos demostró que su voluntad había traspasado los límites de la razón humana y de la buena conducta. Todos nosotros hemos ejercido –sobre todo en la infancia- el ritual de la crueldad, pero lo que quería acometer Gracián era demasiado, incluso para sus oscuros antecedentes.
Conocí a Gracián Gutiérrez en el ´77. Era vendedor en el lugar de comida en el que trabajaba. No era cualquier vendedor: era el mejor de su clase. Recuerdo que le bastaba salir a la calle –con esa sonrisa falsa y ese aro en la oreja- para convencer a cualquiera de que lo que hacíamos en esas sucias cocinas era lo mejor que cualquier mortal podía probar. Incluso, en sus momentos de más inspiración y descaro, solía llamar a nuestros productos, frente a los potenciales clientes, el Saehrimni, que –según me dijo- era alguna especie de chancho cósmico que comían los dioses en el Valhala.
La biografía personal de Gracián bastaría para justificar una historia. Sus amores, su familia, sus amistades, sus trabajos, sus vicios. Pero no es esa la información que les quiero comunicar, sino como –y, sobre todo, bajo qué circunstancias- Gracián Gutiérrez se convirtió en una especie de cineasta. Es decir, deseo enumerar su atroz filmografía, con el ulterior resultado de su inevitable último proyecto. Espero que la narración de los hechos no sea demasiado caótica y permita el entendimiento.
El oficio del cine es caro. En esa época, donde los insumos tecnológicos escaseaban, era aún más caro, y solo podían practicarlo algunos “nenes bien” que dejaban las carreras de abogacía, medicina o arquitectura a la que estaban predestinados (por las billeteras de sus padres y los sueños de sus madres) y se aventuraban al mundo de las cámaras y los juegos de espejos. Muchos de ellos lo hacían con más afán artístico que comercial. Mis ambiciones, más pragmáticas que burguesas, me impedían vislumbrar en el “séptimo arte” algo que se pareciera a lo bello. De todas maneras, lo entendía como un eficaz instrumento para llevar a cualquier mujer a la cama.
La ambición de Gracián era artística.
-El dinero es el papel con el que se enciende el asado de la esclavitud- decía, en una de sus malas y memorables metáforas.
Mucho tiempo después de su muerte, encontré a quién supo acompañar a tan oscuro personaje durante mucho tiempo. Se llamaba Esmeralda, y era una chica alta, rubia, de mucha plata. Le atraía todo lo que a otra persona le hubiera parecido repulsivo. Estuvimos enviándonos mails durante algún tiempo. Algunos de ellos decían cosas tan incoherentes como:

“Los desajustes emocionales de la persona que amé no impidieron que llevara a cabo lo mejor de su obra. Podrán juzgarlo como un loco, como un perverso, como un demente, pero la Historia es el tribunal del mundo, y las enciclopedias le darán a mi amor el lugar que se merece en el arte. Yo misma he colaborado por su causa y he intentado que lo que hizo tuviera alguna fuerza, que fuera superior a la mediocridad superficial a la que nos tenían acostumbrados los mercaderes de la época.
Espero sepas entender.
Espero que tu entendimiento no esté contaminado con la vulgaridad humana. “

Me reservaré el nombre de la mujer por varias razones: 1. Es la única persona que se vio involucrada en estos hechos que permanece viva, y esta narración no pretende ser un acta policial sino una crónica y un testimonio –quizás una justificación- de ciertos hechos confusos que se dieron en mi tiempo. 2. Más que una cómplice, la juzgo una víctima de cierta pasión (como todos nosotros). 3. Es mi amiga y aún mantenemos contacto.
El primer film de Gracián fue financiado por un anónimo sujeto que, según algunos testimonios, tenía cierto vínculo con el presidente Eugenio Romín. Este film se llamó “El último hombre en el campo de Ariadna” y su única virtud consistía en que su elenco contaba enteramente de animales. Entiendo que Gutiérrez lo filmó en la provincia de Entre Ríos, en una estancia llamada “El Cuartel”. Allí, vacas y toros se aparean durante el día caluroso de enero. Por la noche, las escenas se reducen a ojos brillantes de animales difíciles de definir, musicalizada con cierta sonata de violín que aventuro está interpretada por el amigo del productor de la película. Su duración es de 45 minutos. Obviamente, no fue exhibida en ninguna sala, sino que se entregó a diferentes antros de droga y baile, donde se proyectaban a cambio de algunos pesos.
La vanguardia en el arte puede ser obra de una genialidad, o de la extravagancia. Los caminos de Gracián y sus filmes parecían perfilarlo para el lado de la provocación superficial. Nadie sabía si simplemente era malo.
Su segundo trabajo atrajo más comentarios, buenos y malos. Se trató de una película titulada “El exceso de información corrompe el alma pero a su vez la constituye como humana”. Este film muestra la superposición de diferentes noticieros de todo el mundo. Allí se distinguen noticias de bombardeos, secuestros, violaciones, robos, nacimientos, casamientos ilustres. Las voces en distintos idiomas simulan la construcción de una nueva torre de Babel. Por segunda vez, nadie sabe si Gracián es un genio, un idiota o un provocador.
Una pequeña reseña de la película apareció en un diario de mínima circulación que imprimía un militante comunista, y fanático de Bergman, en su casa. La nota, con una pequeña ilustración, decía:

“El cine que ejecuta Gutiérrez es novedoso y dramático. Sin embargo, su expresividad y carga emocional corre el riesgo de caer en la impopularidad, dada las condiciones de ascetabilidad (sic) que nos imponen los regímenes totalitarios a los que estamos sublevados.
La convergencia de escenas –que a menudo caen en la mera confusión- anticipan un futuro en el que la información será desjerarquizada (sic) y utilizada como medio de instrucción cívico-militar.
Gracián Gutiérrez parece ser un profeta”.


Luego vino un período de silencio. O, al menos, yo no me enteré de nada más.