El
último proyecto de Gracián nos demostró que su voluntad había traspasado los
límites de la razón humana y de la buena conducta. Todos nosotros hemos
ejercido –sobre todo en la infancia- el ritual de la crueldad, pero lo que
quería acometer Gracián era demasiado, incluso para sus oscuros antecedentes.
Conocí
a Gracián Gutiérrez en el ´77. Era vendedor en el lugar de comida en el que
trabajaba. No era cualquier vendedor: era el mejor de su clase. Recuerdo que le
bastaba salir a la calle –con esa sonrisa falsa y ese aro en la oreja- para
convencer a cualquiera de que lo que hacíamos en esas sucias cocinas era lo
mejor que cualquier mortal podía probar. Incluso, en sus momentos de más
inspiración y descaro, solía llamar a nuestros productos, frente a los potenciales
clientes, el Saehrimni, que –según me dijo- era alguna especie de chancho cósmico
que comían los dioses en el Valhala.
La
biografía personal de Gracián bastaría para justificar una historia. Sus
amores, su familia, sus amistades, sus trabajos, sus vicios. Pero no es esa la
información que les quiero comunicar, sino como –y, sobre todo, bajo qué
circunstancias- Gracián Gutiérrez se convirtió en una especie de cineasta. Es
decir, deseo enumerar su atroz filmografía, con el ulterior resultado de su inevitable
último proyecto. Espero que la narración de los hechos no sea demasiado caótica
y permita el entendimiento.
El
oficio del cine es caro. En esa época, donde los insumos tecnológicos
escaseaban, era aún más caro, y solo podían practicarlo algunos “nenes bien”
que dejaban las carreras de abogacía, medicina o arquitectura a la que estaban
predestinados (por las billeteras de sus padres y los sueños de sus madres) y
se aventuraban al mundo de las cámaras y los juegos de espejos. Muchos de ellos
lo hacían con más afán artístico que comercial. Mis ambiciones, más pragmáticas
que burguesas, me impedían vislumbrar en el “séptimo arte” algo que se
pareciera a lo bello. De todas maneras, lo entendía como un eficaz instrumento
para llevar a cualquier mujer a la cama.
La
ambición de Gracián era artística.
-El
dinero es el papel con el que se enciende el asado de la esclavitud- decía, en
una de sus malas y memorables metáforas.
Mucho
tiempo después de su muerte, encontré a quién supo acompañar a tan oscuro personaje
durante mucho tiempo. Se llamaba Esmeralda, y era una chica alta, rubia, de
mucha plata. Le atraía todo lo que a otra persona le hubiera parecido
repulsivo. Estuvimos enviándonos mails durante algún tiempo. Algunos de ellos
decían cosas tan incoherentes como:
“Los desajustes emocionales de la
persona que amé no impidieron que llevara a cabo lo mejor de su obra. Podrán
juzgarlo como un loco, como un perverso, como un demente, pero la Historia es
el tribunal del mundo, y las enciclopedias le darán a mi amor el lugar que se
merece en el arte. Yo misma he colaborado por su causa y he intentado que lo
que hizo tuviera alguna fuerza, que fuera superior a la mediocridad superficial
a la que nos tenían acostumbrados los mercaderes de la época.
Espero sepas entender.
Espero que tu entendimiento no esté
contaminado con la vulgaridad humana. “
Me
reservaré el nombre de la mujer por varias razones: 1. Es la única persona que
se vio involucrada en estos hechos que permanece viva, y esta narración no
pretende ser un acta policial sino una crónica y un testimonio –quizás una
justificación- de ciertos hechos confusos que se dieron en mi tiempo. 2. Más
que una cómplice, la juzgo una víctima de cierta pasión (como todos nosotros).
3. Es mi amiga y aún mantenemos contacto.
El
primer film de Gracián fue financiado por un anónimo sujeto que, según algunos
testimonios, tenía cierto vínculo con el presidente Eugenio Romín. Este film se
llamó “El último hombre en el campo de
Ariadna” y su única virtud consistía en que su elenco contaba enteramente
de animales. Entiendo que Gutiérrez lo filmó en la provincia de Entre Ríos, en
una estancia llamada “El Cuartel”. Allí, vacas y toros se aparean durante el
día caluroso de enero. Por la noche, las escenas se reducen a ojos brillantes
de animales difíciles de definir, musicalizada con cierta sonata de violín que
aventuro está interpretada por el amigo del productor de la película. Su
duración es de 45 minutos. Obviamente, no fue exhibida en ninguna sala, sino
que se entregó a diferentes antros de droga y baile, donde se proyectaban a
cambio de algunos pesos.
La
vanguardia en el arte puede ser obra de una genialidad, o de la extravagancia.
Los caminos de Gracián y sus filmes parecían perfilarlo para el lado de la
provocación superficial. Nadie sabía si simplemente era malo.
Su
segundo trabajo atrajo más comentarios, buenos y malos. Se trató de una
película titulada “El exceso de información corrompe el alma pero a su vez la
constituye como humana”. Este film muestra la superposición de diferentes noticieros
de todo el mundo. Allí se distinguen noticias de bombardeos, secuestros,
violaciones, robos, nacimientos, casamientos ilustres. Las voces en distintos
idiomas simulan la construcción de una nueva torre de Babel. Por segunda vez,
nadie sabe si Gracián es un genio, un idiota o un provocador.
Una
pequeña reseña de la película apareció en un diario de mínima circulación que
imprimía un militante comunista, y fanático de Bergman, en su casa. La nota,
con una pequeña ilustración, decía:
“El cine que ejecuta Gutiérrez es
novedoso y dramático. Sin embargo, su expresividad y carga emocional corre el
riesgo de caer en la impopularidad, dada las condiciones de ascetabilidad (sic)
que nos imponen los regímenes totalitarios a los que estamos sublevados.
La convergencia de escenas –que a
menudo caen en la mera confusión- anticipan un futuro en el que la información
será desjerarquizada (sic) y utilizada como medio de instrucción
cívico-militar.
Gracián Gutiérrez parece ser un
profeta”.
Luego
vino un período de silencio. O, al menos, yo no me enteré de nada más.