Hay que desconfiar de la espera:
no queda otra.
Hay que ponerse firme, y decirle:
escarabajo de pocas patas, negro
y de verano,
no pises más los pastos
de mi memoria.
Hay que asesinar a la espera:
atarla con los hilos elegantes
del descreimiento.
Rociarla de olvido, y con
indiferencia
prenderla fuego.
Pero,
por sobre todo,
la única solución
es que hay que secuestrar a la espera
encerrarla en el cuarto oscuro
de nuestra piel,
y pedir por rescate
poco menos
que unas gotas de cinismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario