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viernes, 13 de febrero de 2015

SOBRE LA CIUDAD Y EL PUEBLO

Mi búsqueda de temas para una novela, cuento o poemario está siendo, por el momento, cuanto menos, infructuosa.
A veces, cuando estoy cansado, culpo al lugar en el que vivo. Porque, en una ingenua hipótesis, se puede inferir que en los pueblos existen menos estímulos. Menos disparadores de lo que podría llegar a conformarse como una historia. No sé si es verdad. En la ciudad hay más estímulos -visuales y de los otros- y pareciera, más historias, más personajes locos que andan de un lado al otro, que gritan en el medio de la calle. Capaz que estás doblando una esquina y encontrás a un tipo muerto de un balazo. Por supuesto, eso estimula a la imaginación. En el pueblo, en cambio, las historias parecen enterradas. Están, pero enterradas. Hay que salir a buscarlas, hablar con gente. Cuesta más trabajo.
Por otra parte, la mayoría de las historias de los pueblos suelen ser dramas familiares. ¿Cómo no lo serían? Es un lugar en el que tu familia es, cuanto menos, el 10% de la población -casi nadie sobrevive a eso. Por eso las novelas provincianas son aquellas como Madame Bovary, Ana Karenina, las de Juan José Saer. Infidelidades, problemas de herencia, de corrupción. Un hermano que estafó al otro, por ejemplo. Un policial, por decir algo, no podría escribirse en un pueblo -aunque "Blanco Nocturno" de Ricardo Piglia exprese lo contrario. ¿Por qué no? Porque a los tres días ya sabés quién fue. Y si es un crimen pasional, peor. Listo, vas a la casa del tipo y lo encerrás. Incluso Piglia, en el libro que antes mencioné, tuvo que insertar un elemento externo, un extranjero, un "otro". Porque en los pueblos, la "otredad" no es igual que en las ciudades. El autor tuvo que agregar ese elemento para que surgiera un conflicto en la supuesta calma y armonía del pueblito -creo que era uno de la provincia de Buenos Aires, oh casualidad. 
Se me ocurrió esto: un pueblo es como un cuento, y una ciudad como una novela. El pueblo -al igual que el cuento- es cerrado, un mismo ambiente, unos pocos personajes y un sistema de relaciones -registro, imágenes, léxico- monótono, reducido. Tiene fuerza, eso sí. En sus límites radica su potencial.
La ciudad, como la novela, está abierta. Es por definición polifónica: convergen distintas voces, siempre en conflicto. Hay un registro y un anti-registro. Una dialéctica de las fuerzas siempre emergente. Sobre ellas se edifican las ciudades, no sobre esa sobriedad ingenua de asfalto que llamamos calles.
No sé, esto es lo que tengo por ahora. 



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